Las trampas de la burocracia social española

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Frank (60) vive en la isla desde hace muchos años. En 2021 se puso enfermo y el duro trabajo como transportista de muebles en una empresa de transportes se le hizo cada vez más difícil. Pero no se dió de baja, sino intentó hacer su trabajo lo mejor que pudo. Cuando su jefe le presentó una carta de despido redactado en español, la firmó sin entender bien el contenido. Había renuniciado voluntariamente a su puesto de trabajo, «a petición propia y por motivos personales», decía la carta. Se encontró sin recursos, tratando de sobrevivir con trabajos esporádicos. Se dedicaba a la jardinería o recogía leña, que vendía de puerta en puerta. En aquel entonces, ya no tenía piso propio. Su vida transcurría entre un garaje, donde también guardaba herramientas y otras pertenencias, y su «lugar de residencia» en un bosque. 

En algún momento, ya bastante desesperado, se presentó en casa de la Iglesía Evangélica de habla alemana. La cura Martje Mechels le asignó una colega voluntaria de «herztat». El primer paso fue reactivar su cuenta bancaria, tarea nada fácil, pero requisito indispensable para poder solicitar cualquier tipo de ayuda. Comenzó el camino a través de la burocracia social española. Estaba plagado de consultas aparentemente absurdas y varios denegaciónes, aunque Frank cumplió con todos los requisitos para el «Ingreso Mínimo Vital». Una prueba de paciencia que se alargó unos ocho meses desde la solicitud hasta la aprobación. Pero al final lo conseguimos. ¡Frank vuelve a tener un modesto ingreso mensual y una posibilidad de vida!